PROMINENTES HOMBRES DE LARECAJA


La ciudad de Sorata aportó al desarrollo del país, con célebres hombres que honraron con su nombre al Departamento y a su Patria, Bolivia. Como muestra de ejemplo imperecedero, recordamos al formidable indio, Víctor Pazos Kanki; al connotado escritor, Emeterio Villamil de Rada, Obispo Juan de Dios Bosque, Fernando Eloy Guachalla, Santos Machicado, Femando López, Guillermo Vizcarra Fabre, Porfirio Díaz Machicado, Flavio Machicado Vizcarra, Gral. Enrique Peñaranda, Antonio Díaz Villamil, Alfredo Guillen Pinto y muchos otros.

Sólo estos pocos nombres, dan lustre a Sorata y, si nos imaginamos recordando los tiempos del oro y la quina, con una sociedad culta y refinada, con sus legiones de aventureros que salieron de sus calles, para nutrir leyendas de epopeya en la conquista del Mapiri, Tipuani y Guanay, encontraremos una interminable veta de notables. Simultáneamente a la conquista de las selvas vírgenes del caucho, llegaron a estas tierras, aquellos alucinados buscadores de fortunas que, también escribieron importantes pasajes de la historia de esta población.

Larecaja, particularmente, Sorata, estuvieron pobladas por importantes hacendados aborígenes, agricultores, siringueros, arrieros y mineros que arrancaban el oro de las agresivas torrentes fluviales que surcan este territorio, pero, además, la exuberante selva amazónica ofrecía como riqueza natural, la abundancia del látex o caucho de la goma, la quina y otros importantes materiales para estimular la producción.

Debido a estas características del territorio, Sorata se convirtió en el asiento predilecto de empresarios españoles y europeos de mucha importancia que, con su trabajo, dedicación y conocimiento, construyeron y embellecieron ésta ciudad.

Sorata, hoy por hoy, ofrece al turista, sus más bellos encantos tanto naturales como aquellos que edificados por el hombre, hacen de este girón, el paraíso que soñó el escritor e intelectual boliviano, Emeterio Villamil de Rada, y que lo declaró "el Edén" que puso Dios en la Tierra, como la cuna de la humanidad. Insisto en destacar tan peculiar belleza que es complementada con su eterna tranquilidad necesaria para cultivar la paz espiritual que trasciende y reposa en las paredes de sus centenarias casonas y diseño perfecto que acompasa con sus estrechas calles de estilo colonial. Están, además, sus pintorescas plazas ornadas por erguidas palmeras y pinos araucanos que forman parte del impresionante paisaje, surcado por suaves causes cristalinos que bordean la urbe. Pozas burbujeantes de sonoros conciertos, se convierten en centros de fuerte concentración de personas que recurren a sus aguas en épocas calurosas del año, ofreciendo al visitante, un atractivo más para el deleite de los turistas que gozan también de estos balnearios naturales.

Contemplar la majestad del lllampu, su blanca capa de armiño y, frente a él, observar en lontananza cómo se expande la verde vegetación, nos muestra cuan estériles resultan las luchas y la impotencia de nuestra frágil humanidad, frente a la fuerza sobre humana de la naturaleza. Ciudad de ensueño, tan olvidada por sus hijos. Ciudad abandonada por todos, con la paciencia que la caracteriza, sólo espera el día en que sus hijos le dediquen una vez más su mirada y extendiendo su generosa mano, le renueven aquel interés de admirar su belleza en toda su magnitud. Esta hermosa ciudad vive sola, aislada y triste, sufriendo el incomprensible abandono, se ha vestido de verde esperanza, porque sabe que un día no lejano, acudirán a su seno todos los bolivianos para renovar sus energía consumidas en su titánica lucha por su existencia.